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ISSN 1989-4163

NUMERO 26 - OCTUBRE 2011

Chanquete ha Muerto... ¡Viva Chanquete!

Itziar Mínguez Arnáiz

Hay preguntas con cuyas respuestas podemos hacer un recorrido fiel de nuestra vida: “¿Dónde estabas cuando el hombre pisó la luna por primera vez? ¿Qué estabas haciendo el día que murió Franco? ¿Dónde te pilló el 23F? ¿Desde dónde viste las imágenes del 11S y las del 11M? ¿Cuántos años tenías cuando murió Chanquete? Cada uno que haga su inventario de respuestas, yo en esta ocasión voy a centrarme en la última pregunta: Chanquete. El día 11 de octubre se cumplen 3 décadas del estreno de “Verano Azul”, la mítica serie de Antonio Mercero que acompañó la infancia-adolescencia de varias generaciones. Hoy en día, cuando la permanencia en antena de las series depende de que alcancen un share determinado, es impensable que un producto se reponga hasta en 8 ocasiones y todas ellas con éxito.

Volviendo a la pregunta: el día de la muerte de Chanquete estaba en casa de mis abuelos maternos, tenía 9 años y, como a tantos otros niños y no tan niños, me marcó. Todavía, cuando recuerdo el grito desgarrador de Pancho pregonando a los 4 vientos “Chanquete ha muerto”, me emociono. No es broma. Algunas historias, desde su sencillez, desde la falta absoluta de pretensiones consiguen calar en el ánimo del espectador dejando durante mucho tiempo -en ocasiones durante toda la vida- el poso de lo vivido, de lo sentido. Años después volví a ver “Verano Azul” con miedo a que el tiempo hubiera mitificado su recuerdo y la realidad me mostrara una historia deslavada y lejana, ajena. No me decepcionó. Las buenas historias tienen la virtud de soportar bien el paso del tiempo.

A qué se debió el éxito de “Verano Azul” es otra de esas preguntas por cuya respuesta daríamos mucho todos aquellos que nos dedicamos al audiovisual. ¿Qué emociona al espectador? Al espectador le emociona verse a sí mismo y “Verano Azul” no dejaba ningún hueco sin cubrir; cada rol, cada personalidad estaba contemplada; un abanico amplio en edad: desde Tito, el pequeño, hasta Chanquete, el veterano; chavales en plena adolescencia, niños traviesos, padres que formaban una pareja perfecta y padres divorciados; una mujer treintañera, artista, soltera y moderna, Julia, que hacía de nexo entre todos ellos. Había para todos los gustos y creo que, pasado el tiempo, veo que su mayor acierto es que huía de eso que hoy llamamos: lo políticamente correcto. Baste como ejemplo cuando Julia, la adulta, le dice a Pancho, menor de edad, en el capítulo final: “vamos a emborracharnos”.

La atmósfera también contribuyó mucho a su éxito. El verano, igual que la infancia, es un territorio mítico, un lugar al que sentimos la necesidad de regresar al hilo de una fotografía, de un olor o de una música. “Verano Azul” tiene mucho de eso. La pandilla de verano, las excursiones en bicicleta, la sensación de que durante el agosto se presentaba la vida, la de verdad porque la otra -la que abarcaba el curso escolar- no era más que un inmenso paréntesis que nos desviaba de ésta, la verdadera realidad, la única. Las amistades retomadas de año en año, la emoción de reencontrarse con la playa, con el campo, con el pueblo de los abuelos…  La serie hablaba de todo eso que nos ha emocionado alguna vez: las primeras confesiones, el primer beso, la pérdida de la inocencia, la primera bofetada.

Cuando la efeméride de “Verano Azul” es redonda (diez, veinte, veinticinco años de su estreno, etc…) proliferan entrevistas a sus actores, viajes a Nerja, preguntas del tipo “¿qué fue de…?”. A mí siempre me ha interesado saber qué fue de aquellos personajes a los que recuerdo como si realmente yo también hubiera formado parte de aquella pandilla. La impresión general es que todos ellos quedaron, en buena medida, lastrados por la fama. A alguno de ellos el personaje lo devoró: como el caso de Antonio Ferrandis, que fue Chanquete para siempre. Sólo dos han seguido en la interpretación: María Garralón (la entrañable Julia, la pintora) y Juanjo Artero (Javi).  Las profesiones que tienen hoy en día los demás van desde profesor de universidad hasta enfermería, pero tengo la impresión de que, a pesar de que huyeron de sus personajes, estos les van a perseguir de por vida.

Hoy día se hace muy buena ficción, hay series de calidad: nacionales y extranjeras. No pueden compararse las unas con las otras porque los medios y presupuesto con que se cuenta por capítulo están a años luz y, por mucho que algunos críticos de televisión quieran echar por tierra el producto nacional a costa de compararlo con la ficción norteamericana, hay que reivindicar la calidad que están alcanzando algunas series en nuestro país. Pero hay algo que no puede obviarse: entre tanta sofisticación televisiva, guiones que se enredan hasta infinito, afán de originalidad a la hora de plantear las premisas argumentales, entre todo este maremágnum se echa un poco de menos la autenticidad, la sencillez; tomar elementos prestados de la realidad que puedan llevarnos hasta el único objetivo que deberíamos tener los guionistas: emocionar, hacer que el espectador se encuentre con el personaje y se reconozca a sí mismo, en todas sus formas y desde todas sus aristas.

Todos tuvimos algo de Bea y Desi (todas anheláramos más ser Bea pero nos encontrábamos con Desi en el espejo de nuestra realidad), de Javi y Pancho en su “sana” rivalidad. Todos fuimos un poco Julia, con ese deseo de formar una familia diferente, auténtica, heterogénea pero de una solidez inquebrantable… No eran grandes historias y además, ya estaban contadas, seguramente por Shakespeare, dirán algunos estudiosos, pero llegaban hasta el tuétano. Incluso a mis padres les gustaba y a mis abuelos. Creo recordar también que lo vimos en familia y que lloramos al grito de “Chanquete ha muerto”, y que nos sentimos héroes mientras entonábamos: “del barco de Chanquete, no nos moverán” (ya por entonces amenazaba la especulación inmobiliaria con expandir sus tentáculos). Pero más que por la muerte de Chanquete creo haber llorado en el capítulo final, mientras Pancho (en la ficción él era el único personaje que vivía en Nerja) corre detrás del taxi de Julia, con el cuadro que la pintora le regala y ella, desde el taxi, se va alejando mientras mira con nostalgia todo lo que está a punto de perder. En 1981 me sentía cerca de Tito, por la edad y también de las chicas, por los temas que se trataban; treinta años después me veo en esa mirada de Julia, la mujer que recupera un trozo de su infancia, de su juventud, en la vida de esos chavales. Animo a todos a que revisen la serie y elijan qué personaje eran entonces y qué personaje son ahora. Y vean la secuencia final del capítulo. El que no se emocione que tire la primera piedra.

http://www.youtube.com/watch?v=7vYvw12ml58 (enlace a la secuencia final)

Chanquete

 

 

 

 

 

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